Columnista Invitado
El mito de que no votar es una forma de protestar en una democracia imperfecta es falso. No votar o anular el voto beneficia a los partidos cuyo voto duro les da el triunfo cuando hay pocos votantes. El voto duro, integrado por “clientes” y quienes están dispuestos a cambiar su voto por dinero, una despensa o cualquier dádiva que sale de los impuestos, determina quienes triunfan en la medida que un menor número de ciudadanos acude a las urnas. No votar es votar, pero sin que el abstencionista sepa a quién benefició su “no voto”.
Otro mito es creer que quien promete más es el mejor candidato, olvidándose que la mayoría de las promesas implican más gasto y burocracia. Lo que nos da un gobierno previamente nos lo quita. Si gana el candidato que más promete aumentará los impuestos, endeudará más al país o generará inflación al emitir billetes para cumplir con sus múltiples promesas.
Los candidatos demagogos y populistas le apuestan a la ignorancia de los ciudadanos, les conviene un pueblo inculto, que no analice sus promesas, que no acuda a las urnas y solo se queje cuando va a tomar café o una copa con sus amigos. Algunos son buenos para la crítica, todo lo que hace el gobierno está mal, todos son corruptos, pero no tienen claro cuáles son las soluciones para que la corrupción y la demagogia se reduzca. Las soluciones -como lo demuestro en los libros “Los ricos del gobierno y “Políticas económicas”- implican cambios de leyes, no sólo de personas.