Apabullante silencio

Oscar-Hernandez
Óscar Hernández

¡No hay internet! Protesta el sujeto que pagó mil pesos por un paseo en cuatrimoto por la sierra de Chihuahua, y de ello también se molesta.
A la inconformidad se suman otros paseantes, a quienes Las Barrancas del Cobre les ofrecieron “desenchufe” tecnológico, nada más.
El silencio no es sepulcral en absoluto; es apabullante. Muerde en cada minuto. La luz y la sombra en ondas sonoras.
Nobles y receptivas, se dibujan las barrancas del Tarahumara. De vez en vez, devuelven los gritos de inquietas personas que asumen, dominan a la montaña.
El hombre, procedente del Estado de México no para de refunfuñar, ahora porque aquí “no hay nada que hacer”.
El paso de cada minuto es de forma consciente, lo que atribula a los más; quienes siguen culpando a sus compañías telefónicas; los menos (muy pocos) intentan adaptarse. La dependencia con el “mundo” inquieta a más de uno, mientras otra esfera, de la que fuimos expulsados hace cientos de años, aguarda en lacerante paz.
Al atardecer las nubes toman otro color, trasmutan su gris y visten de blanco. El cielo ahora es rosa, cálido. Abajo, el apabullante silencio que gritan las barrancas, a últimas fechas verdes por las escasas pero alentadoras lluvias, para un Chihuahua que no ve agua pluvial en 9 meses del año.
El tren
Le llaman El Chepe (Chihuahua-Pacífico). La vuelta al pasado es inexorable al abordarlo. El único tren de pasajeros en México, se volvió una atracción.
Abordar el tren representa el olvido de lo actual, de la velocidad de la web y sus “alcances”. Muchos parecen desconocerlo y suben animosos. Piensan, seguir “conectados”, pero el ferrocarril, con sus carros y maquinistas, dista de habitar nuestro tiempo.
Los asientos son amplios pero incómodos. El andar del tren, que presumen supera los 90 kilómetros por hora, se reduce a un mero dato. Avanza entre 50 y 60 kilómetros por hora, como su historia lo marca, inusual para otros viajeros quejosos, que olvidaron dicha referencia.
Quienes transitan en grupo (la mayoría), trajeron consigo todos aquellos pendientes que tienen en sus ciudades de origen. Los discuten e intercambian soluciones para el regreso a casa. Algunos viajan solos, absortos en la música de su iPad.
Cinco carros, entre éstos el de Primera Express, y la locomotora, integran al Chepe. Continúa su marcha penetrando la Sierra de Chihuahua. Cada que atraviesa un túnel privilegia el camino, escarpado, accidentado, por donde interminables rieles y durmientes se extienden. Es su territorio.
Las tabletas, Lap Tops y teléfonos móviles constituyen recursos inoperantes. Los libros asoman de entre las maletas, sabedores de oportunidad, sin embargo, los excelentes compañeros de viaje, siguen esperando.
Tal vez las postales que ofrece el recorrido no son las mejores, pero imposibles de observar en autobús o avión, aunque cuenten con Wifi.
Llega el momento que muchos temen. Quizá el más contradictorio. Decenas de paseantes llegaron aquí para olvidarse de la urbe, y cuando lo consiguen, la añoran, incluido quien escribe las líneas. En un contacto profundo con la naturaleza dicen estar desconectados. El “encontronazo” consigo mismos es duro, para algunos brutal. La obligada convivencia con uno o con otros seres humanos se torna complicada, mucho más en el carro-comedor, donde no hay de donde asirse y distraer el momento; para evadir el presente. Hay dos opciones: la intensa presencia o amarrarse a la fuga del pensamiento.
El último túnel, previo a Posada Barrancas, significa el final del viaje. Una grabación, que sustituye la voz de los operadores ferroviarios, anuncia la llegada a Barrancas del Cobre, con su cielo rosa, dos mil 330 metros de altura sobre el nivel del mar y su apabullante, más nunca sepulcral silencio.
Raza-principio
Mientras algunos siguen en busca de señal, abajo en las cuevas, los rarámuris aceptan las “comodidades” materiales que les dio el mundo: un lugar donde vivir, la fruta y la carne. En su cosmovisión, los de “pies ligeros” no buscan cambiar su entorno, porque dicen, está vivo.
Los indígenas tarahumaras, autonombrados rarámuris, aún trabajan en cooperativas. Para ellos, no existe el pecado; el mal está en la pérdida de la conciencia. De acuerdo con textos plasmados en un museo dedicado a ellos, en Creel, todo tiene un sentido filosófico, cada gesto y acción deben ser interpretados. Cabe señalar que no todos son así.
Cuando caminan sus barrancas, encuentran significados. Los tarahumaras, como les llamaron los españoles durante la evangelización, creen en los hechizos y la pérdida del alma, por tanto la cuidan.
A los rarámuris varones se les ve poco; quizá caminen, como acostumbran, decenas de kilómetros para salir o volver a casa. En cualquiera de los casos, están absortos en su presente; detalle que hace falta al llamado mundo occidental, donde el pensamiento se fuga, y ni el tren o la magnificencia de las Barrancas del Cobre, pueden detener. Por cierto, ya hay señal de celular; el ferrocarril llegó a su destino.

Óscar Hernández Bonilla es reportero de investigación en Proyecto 40. Conductor suplente en Informativo 40. Especializado en temas sociales y seguridad. Coberturas electorales, desastres naturales,  e internacionales: guerrilla de las FARC. “En cualquier parte hay algo valioso, digno de narrar; el reto es descubrirlo”.

E-mail: oskarhbonilla@gmail.com

Twitter: @ohernandezb