DEL DINERO (1/15)

El dinero es una herramienta maravillosa, por una razón muy sencilla: nos permite superar las limitaciones del trueque (por ejemplo: tantas hogazas de pan por tantos litros de vino), realizar más transacciones de las que realizaríamos si no lo tuviéramos y, dado que la mayoría de los bienes y servicios que necesitamos para satisfacer nuestras necesidades los tenemos que comprar, el dinero hace posible un mayor bienestar, que depende, en buena medida, de la cantidad, calidad y variedad de los bienes y servicios de los que disponemos.

Imaginemos que pasaría si despareciera el dinero, si no hubiera billetes, monedas y criptomonedas, por lo cual chequeras, tarjetas de crédito y débito, y cualquier otro medio de pago relacionado con el dinero, sería inútil. Sin dinero, ¿desaparecería el intercambio? No, porque quedaría la opción del trueque. Pero, sin dinero, limitados al trueque, ¿cuántos de los intercambios que normalmente realizamos a lo largo de un día podríamos seguir realizando, por ejemplo: cargar gasolina, bolear los zapatos, comprar el periódico, comprar el tamal y el atole, adquirir el boleto para el transporte público, pagar el estacionamiento, pagar la multa, ¡dar mordida para no pagar la multa!, y tantos otros intercambios habituales? 

El dinero es una herramienta maravillosa porque nos permite pasar del intercambio directo: tantos litros de vino por tantas hogazas de pan, al indirecto: tantas unidades dinerarias (pesos, dólares, euros, bitcoins, etc.), por tantos litros de vino y tantas hogazas de pan, y multiplicar los intercambios, condición para un mayor bienestar.

Intercambio directo: si yo tengo vino y necesito pan, tengo que buscar y encontrar a quien, teniendo pan, necesite vino. Si intercambiamos vino por pan (en mi caso), y pan por vino (en el de mi contraparte), yo satisfago directamente la necesidad de vino de mi contraparte, y ella satisface directamente mi necesidad de pan. 

El inconveniente del intercambio directo es obvio: si yo tengo vino y necesito pan, tengo que buscar y encontrar a quien, teniendo pan, necesite vino, lo cual, tratándose de pan y vino, puede no resultar muy difícil. Pero si yo, que tengo vino, lo que quiero es, por decir algo, la última novela de Juan José Millás, Solo humo, tengo que encontrar a quien, teniéndola, esté dispuesto a intercambiarla por una determinada cantidad de vino, lo cual puede no resultar muy fácil.

Intercambio indirecto: si yo, además de tener vino, tengo dinero, y necesito pan, tengo que buscar y encontrar a quien, teniendo pan, necesite dinero para comprar vino (o cualquier otro satisfactor). Si lo encuentro (para lo cual basta con ir a la panadería de la esquina), e intercambiamos una determinada cantidad de dinero (en mi caso), por una determinada cantidad de pan (en el de mi contraparte, el panadero), yo satisfago indirectamente la necesidad de vino (o de cualquier otro satisfactor), de mi contraparte, y ella satisface directamente mi necesidad de pan.

Las desventajas del intercambio directo (trueque), son obvias y se superan gracias al dinero, herramienta maravillosa, que hace posible el intercambio indirecto, dinero frecuentemente mal entendido y, la mayoría de las veces, mal administrado, en detrimento del bienestar de las personas.

Continuará.

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