La deuda pública en menos de 600 palabras

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Kohoutek Velasco

Hay conceptos que suelen usarse con mucha facilidad, sea por expertos o por el público en general que nos hacen tener, o al menos aparentar, cierta noción sobre conocimientos económicos. Bueno, ese no es el caso de la deuda pública cuya mención, si llega a hacerse, es sinónimo de problemas.
Puede que este término tan poco popular sea entonces el peor de los augurios en materia económica, a cualquier nivel.
Empecemos, como siempre, con lo básico: La deuda pública es una de las fuentes de ingreso que percibe un Estado – Las otras dos son los impuestos y la emisión de papel moneda. – y como su nombre lo indica, es un ingreso que después deberá pagarse a su emisor, este puede ser interno – Mediante la creación de títulos de deuda, como los CETES – o externo, mediante líneas de crédito otorgadas por algún organismo internacional u otro país.
En efecto, no hay una diferencia entre las deudas que adquiere el ciudadano de a pie y el poderoso Estado que en su carácter de soberano necesita alimentarse para “operar” y no meterse en aguas turbulentas electorales – Al aumentar los impuestos, medida siempre impopular – o a conceptos que difícilmente entenderá, como inflación. – Provocada por manipular la cantidad de papel moneda circulante.-
Y sí, el Estado también tiene que pagar; No importa cuanto lo aplace, no importa cuántas artimañas y maquillajes ponga a sus cuentas, llega el día en que, como todos los mortales, tiene que pagar.
Ahí vienen los problemas, todos, pues las cantidades suelen ser tan absurdamente elevadas – Como en Estados Unidos, cuyos impactos reales estamos por ver – que un buen porcentaje del PIB tendría que destinarse para su pago y entonces se recurre a dos cosas: se toma una política de “vacas flacas” con recortes suficientes para permitirse empezar a pagar, siquiera en algo,  o “simplemente” se pide un préstamo distinto, tal vez con intereses no tan altos o con un mayor plazo para pagarse, cayendo en un espiral sin fondo.
Vamos, cuando un individuo es consumido por las deudas, los acreedores suelen quedarse con todo aquello que se tiene para solventar, de menos un poquito, el cuetononon del que se está hablando. En el caso del Estado la cosa es más grave porque el Estado no tiene nada y, entonces, hay que cobrarse con lo nuestro, con lo único que “posee”.
Cabe destacar que hablar de deuda pública es también hablar de uno de los indicadores más claros – sino el que más. – en cuanto a sanidad fiscal de un país.
Mientras menos elevada sea su deuda, es menos probable que las políticas fiscales se vuelvan expansivas y se está hablando, pues, de un lugar donde las inversiones pueden hacerse sin el miedo al cambio abrupto en el sistema tributario.
Caso contrario cuando la deuda es elevada: Aquí se habla de un panorama carente de planeación y que en cualquier momento puede reventar, expandiendo los ejercicios tributarios y figurando un entorno no muy propicio para invertir.
También, puede ser una medida para controlar el circulante de papel moneda mediante la recompra de deuda emitida.
En conclusión podemos decir que la deuda pública es el “¿Y quién va a pagar?” que le hacen a cada representante del Estado cuando propone gastar, en lo que sea que quiera hacerlo.
A fin de cuentas este no es un tema menor e ignorarlo representa empeñar el futuro para maquillar el presente; vivir una fiesta en la que nadie quiere ser el último en salir, donde nadie quiere apagar la luz.
Hay que poner un alto. ¡Responsabilidad, señores!
“Kohoutek Velasco, miembro fundador de México Libertario. Ni de izquierda ni de derecha; Simplemente lógico. Activista y escritor liberal.”
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