Cuando la emoción le gana a la razón puedes perderlo todo

En la vida, muchas veces las emociones nos llevan a hacer cosas de las que nos arrepentimos, pero en cuestiones de dinero e inversiones más vale tener la cabeza fría y evitar que los sentires gobiernen nuestras acciones, pues de lo contrario podríamos perder los ahorros y el capital que con tanto esfuerzo logramos.

Las redes sociales y los medios tradicionales están llenos de historias de “éxito” de supuestos “genios” de las finanzas que de la noche a la mañana se hicieron ricos en los mercados financieros, pero no prestan para nada la misma atención a lo mal que terminan muchas de esas personas. 

Así, por cada relato de logros efímeros, se pasan por alto miles de fracasos, lo que provoca falsas expectativas y decepciones entre inversionistas incautos que se la pasan buscando siempre el “santo grial” financiero que los haga ricos rápido, fácil y sin esfuerzo. Nunca lo encuentran, porque no existe.

Por eso, para aprender hay que prestar atención a auténticas tragedias financieras, de las que podemos encontrar entre personas que durante los días de estímulo monetario poscovid-19 se llenaron los bolsillos gracias al “dinero gratis” que inyectaron el gobierno estadounidense y la Reserva Federal (Fed) de ese país.

Esta semana, el diario estadounidense The Wall Street Journal dio cuenta, por ejemplo, del caso del trader aficionado de 25 años Omar Ghias, quien –presa de un fervor especulativo que se extendió a todos los mercados– acumuló aproximadamente 1.5 millones de dólares con la subida de las acciones durante la primera parte de la pandemia.

Pero así como aumentaban sus ganancias también gastaba más, ya fuera en apuestas deportivas e idas a bares o en la compra de autos de lujo. Peor aún: pidió grandes préstamos para ampliar sus posiciones en instrumentos especulativos, que en un principio le dieron buenas ganancias gracias a la volatilidad del mercado.

El problema es que nada entorpece ni ciega más a un inversor que las ganancias “fáciles y rápidas”, cuyo efecto adictivo hace parecer a la peor de las drogas como un dulce para niños.

No es casualidad, entonces, que para Ghias el mercado fuera “como un casino”, según sus propias palabras, pasando las noches en bares bebiendo tequila Don Julio 1942 y paseando en un Lamborghini negro. “Sentí que era indestructible. Era algo irracional”, admitió.

Y cuando terminó el mercado alcista, su fortuna se evaporó a causa de sus apuestas equivocadas y gastos excesivos. 

Hoy, para mantenerse trabaja en una tienda de Las Vegas donde le pagan unos 14 dólares la hora más propinas. “Estoy empezando desde cero”, le dijo al Journal.

Ciertamente, Omar no es el único. Otra trader entrevistada por el diario fue Navroop Sandhu, de 32 años, quien empezó a operar al inicio de la pandemia usando la plataforma de eToro. “Fue como un efecto de bola de nieve, donde me volví adicta”, dijo en referencia a sus ganancias de un principio. Ahora sólo coloca entre dos y cinco operaciones por semana, cuando antes solía hacer hasta 10.

Del mismo modo, Jonathan Javier, de 28 años, vio cómo su cartera se duplicaba hasta noviembre de 2021, pero a mediados de 2022 había bajado un 8 por ciento. Ha moderado sus inversiones regulares, pero en 2023 de nuevo está comprando algunas acciones tecnológicas. Algunos nunca aprenden.

Javier dijo: “Ahora sé que la clave para obtener ganancias es comprar cuando las acciones están a un precio bajo, en lugar de simplemente comprar y ‘esperar’ que obtengan una ganancia”. Pero quizás esa lección la haya aprendido demasiado tarde.

En fin, como le digo, existen muchas más experiencias de ese tipo, pues una y otra vez los inversionistas se dejan deslumbrar por los precios de las acciones, divisas, criptomonedas o cualquier otro activo inflado. 

Quizá no han entendido la lección más sencilla pero difícil de aprender: invertir es una carrera de constancia en la que debe prevalecer la razón. Lo importante es generar valor, acumularlo, conservar lo ganado, reinvertirlo y acumular más de manera continua para expandir nuestro patrimonio. ¡No hay atajos! Buscarle atajos a la que –reitero– es una carrera de constancia nos lleva a una vía rápida… pero hacía el fracaso y la quiebra.