En este espacio hemos advertido el peligroso camino que nuestro país lleva hacia la degradación crediticia, que tendrá un impacto muy negativo en toda la economía. Pero no somos los únicos.
Y es que en realidad las dos mayores economías de América Latina, Brasil y México, se enfrentan a una renovada presión inflacionaria que amenaza con desestabilizar sus ya frágiles estructuras económicas, esto de acuerdo con un reciente análisis de Juan Pablo Spinetto, periodista de Bloomberg, con quien coincidimos en puntos de vista.
Spinetto advierte sobre los riesgos latentes en la política monetaria de estos países, donde las decisiones de sus bancos centrales parecen estar más influenciadas por consideraciones políticas que por los imperativos económicos. No hay duda de ello.
Así lo vemos en el país con la inminente aprobación de la reforma Judicial y otras reformas constitucionales que centralizarán el poder.
Por si eso fuera poco, la inflación está resurgiendo con fuerza en Brasil y México tras un período de relativa calma inflacionaria. En Brasil, la inflación anual ha alcanzado un máximo de cinco meses, situándose en un 4.5%, mientras que en México la tasa inflacionaria ha escalado hasta un 5.6%, el nivel más alto en 14 meses. Estos incrementos, que superan significativamente el objetivo del 3% fijado por los bancos centrales de ambos países, representan una amenaza seria para la estabilidad económica, que como le digo, aquí se agrava por el cambio y el ambiente políticos.
El momento de esta reaparición inflacionaria no podría ser peor, pues las tasas de interés en Brasil y México se encuentran en niveles históricamente elevados, por encima del 10%, lo que implica que los costos reales de los préstamos siguen siendo considerablemente altos.
Este contexto sugiere que los bancos centrales deben actuar con prudencia, sin embargo, la situación se complica aún más por las divergentes estrategias adoptadas por el Banco Central de Brasil y el Banco de México (Banxico). Mientras que el primero ha adoptado un tono agresivo, insinuando incluso la posibilidad de reanudar las alzas de tasas de interés, Banxico sorprendió recientemente con una reducción de tasas de 25 puntos básicos, una medida controversial y preocupante en medio de una inflación en ascenso.
Esta decisión, aprobada por mayoría en la Junta de Gobierno de Banxico, ha sido vista como un intento de iniciar un ciclo de flexibilización monetaria en un momento en que la inflación aún no ha sido completamente controlada. La intervención del gobierno resulta obvia.
El movimiento de Banxico no es solo una cuestión técnica, sino que tiene profundas implicaciones políticas, ya que la reducción de tasas llega en un momento en que, además, una nueva administración se prepara para asumir el poder en octubre. Aunque las tasas de interés más bajas podrían aliviar temporalmente la carga de la deuda del gobierno, lo haría a costa de una mayor presión alcista de precios en el mediano plazo.
La situación en Brasil es igualmente preocupante, aunque por razones diferentes. El Banco Central de Brasil, que se encuentra bajo una intensa presión por parte del presidente Luiz Inácio Lula da Silva, ha adoptado una postura extremadamente cautelosa frente a la inflación. Sin embargo, esta cautela podría estar motivada más por la necesidad de preservar su independencia y credibilidad en un entorno político adverso que por una evaluación económica objetiva.
En ambos casos, lo que está en juego es la credibilidad de los bancos centrales y su capacidad para cumplir con su mandato principal: mantener la estabilidad de precios y proteger el poder adquisitivo de sus monedas en favor de sus habitantes.
Como bien señala Spinetto, los bancos centrales de Brasil y México han realizado un trabajo notable en las últimas dos décadas para contener la inflación, pero ahora se enfrentan a un entorno global más complejo, donde las consideraciones políticas a menudo entran en conflicto con los objetivos de política monetaria.
Es por eso que las siguientes dos décadas probablemente no estén caracterizadas por inflaciones “bajas y estables” – como en el pasado reciente- sino elevadas e inestables.
La triste historia no se aprendió; influyentes bancos extranjeros ya lo advierten
La historia económica de América Latina ofrece numerosos ejemplos de cómo la interferencia política en la política monetaria puede llevar a desastres inflacionarios. Argentina, con su trágica experiencia de hiperinflación en los años 80 y 90, es un recordatorio constante de los peligros de descuidar la estabilidad de precios.
En el caso de México y sus crisis recurrentes los 70s, 80s y 90s también nos enseñaron en carne propia una dura lección.
Esta vez, la situación se agrava por el hecho de que las reformas políticas que se están considerando podrían tener serias consecuencias para la economía.
En este sentido, no deben echarse en saco roto las voces (incómodas para los políticos) de grandes bancos internacionales, como Morgan Stanley, Citibank, JP Morgan y Bank of America, que durante la semana pasada han advertido por separado que las reformas judiciales y electorales propuestas en México podrían violar el T-MEC, lo que resultaría en sanciones económicas y una pérdida de confianza por parte de los inversores internacionales.
Este es un escenario que México no puede permitirse, especialmente en un momento en que la inflación está al alza y el crecimiento económico sigue debilitándose en “estanflación”.
La mezcla de una política monetaria laxa, un déficit fiscal elevado y un entorno político inestable crea un círculo vicioso que podría llevar a una crisis económica de grandes proporciones.
Si el gobierno de México no toma medidas para corregir el rumbo, es probable que el país se enfrente a una espiral inflacionaria que afectará gravemente el nivel de vida de su población y socavará cualquier posibilidad de crecimiento económico sostenible. Aún es tiempo de dar un golpe de timón, pero ya estamos al “cuarto para las doce”.